Comunicado 172 ( 15 - 19 )
General,
capitán, sargento o soldado raso. Nos consta que a (casi)
todos los compañeros les gusta su trabajo. Con sus luces y sombras,
la mayoría no nos hemos arrepentido de la opción laboral tomada. Los más viejos
hemos conocido la banca de entonces.
Mucho trabajo manual. Hipotecas a más del 20%. Clientes de pasivo que vivían de
los altos intereses de sus depósitos. La crisis bancaria del 91-93, una memez al
lado de la global iniciada en 2008. Ser empleado de banca suponía un plus
social, formabas parte de una élite. Otros
ya llegaron a la banca del mañana, de
la tecnología y del autoservicio. De la excelencia formativa, del nuevo tiempo
social. En la cuesta arriba laboral todos aceptamos (o nos hicieron aceptar) traslados geográficos y/o funcionales.
Ambicionábamos ser algo más que uno más,
queríamos ser protagonistas. No todos lo conseguimos.
Aún
hoy nos encanta correr en pos de un
objetivo luchando por cada operación. Nos dan igual las
trabas externas e internas, nos pone
la pelea por llegar a la meta. Hay días buenos, regulares y malos. Días en los
que todo sale al revés, otros en los que todo va de cara. ¿Cuántos días
habremos salido de la oficina más cabreados
que un mono pero con la tranquilidad de haberlo dado todo? Otros muchos,
satisfechos por los objetivos cumplidos. Todos, con la satisfacción de
saber que cumplimos cada día con nuestro compromiso laboral al 100%.
Durante
estos años hemos sido espectadores y protagonistas de la desaparición no
tan solo de
vacas sagradas (Banesto,
Popular, Cajamadrid, CAM, Cajamurcia…) sino también de la banca tal cual la hemos
conocido. Aquella banca, tiene los años contados. Desde el momento en
que, sentados en nuestras casas con un té y unas galletas, podemos contratar un
seguro, solicitar un préstamo o abrir una cuenta con unos cuantos clic en el
ordenador o en el móvil, todo lo que hacemos cada día acabará desapareciendo o
transformándose en algo muy distinto. Ni mejor ni peor, otra cosa.
Hemos tenido que actualizarnos puntualmente. Cursos de formación por castigo, nuevos
productos, nuevos medios, nuevo futuro. Seguimos en la pomada, al
ritmo que nos marcan o más, pero parece cada vez más claro que este polvorín
puede reventar. Esta banca no es la que conocimos. Hoy en día
somos blanco de todo tipo de críticas, casi tildados de ladrones. El respeto a
nuestra profesión se ha trufado en desprecio e insultos, denuncias y en algunos
casos violencia. ¿Qué hace ante esto la dirección? Nada,
las más de las veces se calla cuando no se pone del lado del cliente dejándonos
con eso al aire.
¿Qué
decir del CMI?, esa suerte de apuesta futbolera. Ya no
vale con acertar quien gana. Hay que hacerlo atinando el resultado, el minuto
en el que se marcan los goles, el nombre del futbolista que los marca, el color
del pelo del árbitro, el nombre de la esposa del número 7 y si llueve o graniza
en la segunda parte. En lugar de marcar unas cifras de rentabilidad, activo,
pasivo y/o intermediación, cuatrimestre tras cuatrimestre nos vemos ante el
esperpento de unos objetivos de chiste, impuestos
para no pagar incentivos, con todo tipo de trampas y retruécanos.
Es muy difícil conseguir el premio cuando depende del color de los calcetines,
del número bolígrafos, de la letra del apellido de los clientes, o mayormente,
de que dos docenas de directivos quieran o no. Se ríen de nosotros. No nos
respetan.
Todos
hemos conocido muchos compañeros y jefes. La palabra dada, un apretón de manos, una palmada era
suficiente. Historia. Nos dejan por mentirosos o nos mienten
sin vergüenza. Nos racanean el sueldo. Nos buscan para un cargo de
responsabilidad sin mejora salarial. Nos dicen barbaridades en privado para
negarlas en público. Nos apartan si eres mujer. Nos cesan sin explicación o nos
insultan achacándolo a que no damos el perfil. Nos regatean los gastos de
kilometraje. Nos menosprecian. Se reparten en planes de pensiones el importe de
la paga de beneficios que nos correspondía. Nos exigen perfección cuando no son
modelo a imitar. Nos aplican el sistema retributivo más mísero jamás visto que
nos convierte en los casi peor pagados del sistema financiero. Nos trasladan
sumariamente sin pedirnos opinión ni permiso. Y todo encima con el
cinismo de decir que lo hacen aplicando la normativa. ¿Qué
normativa? La que ellos se sacan de la manga. Los políticos, esos cómicos, se lo
pusieron fácil con la reforma laboral de 2012, hacen y deshacen a
sabiendas que nadie o casi nadie se atreverá a discrepar, a negarse, a quejarse
o a denunciar.
Recordamos cuando un jefe era un ejemplo a seguir. Exigente pero
transparente. Conocedor del día a día de cada empleado y de cada oficina.
Algunos incluso nos conocían por el nombre. Nos saludaban afablemente. Nos
respetaban como personas. Se les conocía una capacidad. Sabíamos que sabían.
Conocían. Desarrollaban. Eran líderes. No nos cabe duda que
con un poco (o mucho) de mala leche,
pero esa es la diferencia entre un currito y un tiburón. Ahora, cuando miramos
a nuestro alrededor, seguimos viendo grandes profesionales en las oficinas.
También vemos jefes muy capacitados, compañeros de verdad, profesionales íntegros, de
esos con los que da gusto estar, escuchar y trabajar. Muchos. Pero siguen
quedando unos pocos, muchos de los cuales son los que toman las
decisiones últimas, que ni están, ni te oyen, ni te conocen
ni te respetan. Pasean. Dan por buenos los desmanes hacia los sueldos
y mejoras sociales de la Plantilla que los mantiene en sus poltronas casi
parece que disfrutan aplicándolos. Los que nos sonríen para luego, a
través de terceros, presionarnos para estar
callados, para trabajar al 100% cobrando el 50% de lo que nos
merecemos. La palabra dada, eso que hoy no vale nada.
Seguiremos
intentando llegar a nuestras oficinas con una sonrisa,
compartiendo el día a día con los compañeros. Seguiremos disfrutando de nuestro
trabajo, con sus pros y sus contras. Seguiremos luchando cada euro
de la cuenta de resultados de la entidad. Seguiremos animando a trabajar para a
partir de cumplir esa premisa, exigir lo que nos venimos ganando: Nuestros Derechos.
Nos gusta nuestra empresa, nuestro trabajo y nuestros compañeros, lo que
no nos gustan son ciertos jefes. ¿Hasta cuándo deberemos aguantar esto?
El miedo es su suerte. La reforma laboral, su arma. Nuestra
firmeza, su cruz. Tú decides.
HOY
Más QUE NUNCA
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